Nippon Arigatto: Asesino Shogun

Con los ojos como platos desde altas horas de la madrugada (cosas del jet lag...) amanecimos en este segundo día en Osaka listos para visitar su más famoso monumento, el castillo japonés de la ciudad, uno de los más importantes del país e históricamente relevante durante su período de unificación. Nada más salir a la calle sorprende ya desde primera hora el trasiego de Takeshis trajeados, estudiantes y demás fauna de aquí para allá en un día laborable. Descubrí además el divertido logo de una empresa de mensajería consistente en un gato que lleva a un cachorro en la boca... ¡buenos augurios gatísticos!

Como íbamos a dejar ya ese día Osaka, cargamos nuestro equipaje en el autobús que nos acompañaría a la visita y más tarde a nuestros destinos durante el día, durante el que visitaríamos Nara para posteriormente establecernos ya a media tarde en Kyoto, ciudad en la que pasaríamos las próximas noches. Pero la primera visita sería aún en Osaka y su castillo, al que de otra forma se puede llegar en metro hasta la estación del parque público del castillo de Osaka.


Castillo de Osaka

Con una construcción que se remonta a mediados del siglo XVI, el castillo de Osaka se erige sobre una base pedregosa en el tradicional estilo de los castillos japoneses de planta cuadrada y forma aproximada a las pagodas. Concebido como una obra de funcionalidad militar, fue durante su historia cuartel, almacén de municiones y sufrió los estragos de varios conflictos, revueltas, y guerras, la última no hace tanto tiempo, cuando fue parcialmente destruido durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial sobre la ciudad.

El recinto del castillo cuanta con murallas y fosos inundables parecidos a los que pueden encontrase como instrumento de defensa en los castillos medievales europeos. Actualmente el recinto es un parque público de libre acceso, rodeado de la ciudad moderna, convirtiéndose este espacio en una isla del tradicionalismo japonés rodeada de altos edificios de oficinas comerciales.


El castillo de Osaka


El interior del castillo consta de ocho pisos accesibles tanto por escaleras como ascensor, que alberga una exposición permanente relacionada con la historia del castillo, su construcción, y la vida de su promotor, Toyotomo Hideyoshi, caballero constructor que empezó las obras que continuó su hijo. Desde su cima pueden apreciarse unas buenas vistas del recinto, de aproximadamente un kilómetro cuadrado de extensión, siendo su jardín japonés de flores, estanques y fuentes otro atractivo remanso de paz en el conjunto.

Visto en perspectiva, estoy encantado de que esta fuera la primera visita de nuestro viaje, pues como toma de contacto con la cultura nipona, cumple su objetivo de representar un lugar que bien merece una visita, pero cierto es que palidecería con muchos de los lugares que veríamos durante los próximos días, e incluso durante ese mismo día más tarde en Nara. Por tanto, es un lugar digno de ser visto, pero ni es el más espectacular castillo de Japón (honor que corresponda quizás al castillo Himeji o al de Matsumoto, que por desgracia no he visitado) ni de lo mejor que visitaríamos en nuestro viaje.


Jardín japonés del castillo


Complacidos de tan interesante visita en Osaka, primera ciudad del Japón que habíamos descubierto, nos dispusimos a dirigirnos hacia Kyoto, en donde pasaríamos la siguiente noche, eso si realizando una obligatoria visita al templo Todaiji y parque de los ciervos en Nara.


Templo Todaiji y parque de los ciervos en Nara

Aproximadamente una hora después de partir en autobús de Osaka, llegamos a la cerca ciudad de Nara, separada tan solo por algo menos de cuarenta kilómetros. En ella se encuentra el parque de Nara, parque público creado a finales del siglo XIX y llamado de los ciervos, por los más de mil ciervos salvajes y de carácter históricamente sagrado que pueblan su extensión de varias hectáreas. El parque no solo es conocido por los ciervos, si no que su recinto alberga un complejo de templos, del que destaca el Todaiji.


Templo Todaiji

Este, aún siendo actualmente un 33% más pequeño que el original, que fue destruido por incendios durante la guerra, ostenta el título de mayor edificación de madera del mundo. Se trata en efecto de un enorme pabellón construido enteramente en madera que alberga en su interior otra maravilla en forma de gigantesta estatua de Buda, llamada el Daibutsu (Gran Buda).


Gran Buda Daibutsu

En cuanto a la religión budista, el Todaiji sigue siendo un templo referente, cuartel general de la escuela budista Kegon, y lugar con una amplia historia de tradición en cuanto a ritos ceremoniales y figuras ilustres involucradas no solo en la religión si no en el gobierno durante los siglos pasados.

Si sobre los ciervos existía una ley que protegía su integridad física y carácter divino hasta el final de la Segunda Guerra Mundial so pena de muerte, es ahora más bien el visitante el que debe velar por su integridad física, ya que las asalvajadas criaturas ávidas de alimento no dudan en mordisquear el fondillo de los pantalones de los turistas en busca de alimento a la mínima sospecha.




Tal ansia se debe a que empresas con licencia en exclusiva, produjen una especie de galletas que se venden para alimentar a los ciervos, por lo que parte de la experiencia del lugar consiste en comprar uno de estos paquetes y dar de comer a los ciervos con tus propias manos... a riesgo de recibir algún que otro bocado ante el ansía de los bichos, lo que acaba convirtiendo en bastante inquietante el refrigerio ofrecido a los ciervos.

Vistos templos, ciervos y budas, íbamos a ir hasta un restaurante cercano en la propia Nara a tomar nuestro propio almuerzo. Cabe decir que a todos los sitios "incluidos" para nuestra alimentación que nos llevaron en los momentos en que las actividades eran organizadas, fueron de una gran calidad y agradable aspecto, y solían consistir en buffets o platos ya apalabrados de gastronomía japonesa habiendo de pagar solamente por las bebidas que eligiéramos. Ese primer almuerzo además venia con sorpresa.


La ceremonia del té

El de Nara fue el primero de los muchos almuerzos que disfrutaríamos durante el viaje en restaurantes por el camino, basado en un buffet gastronómico japonés para probar todo lo que se nos ofrecía. Comparado con otros viajes, esta fórmula en este caso demostró estar por encima de otras experiencias en otros lugares, ofreciéndonos una comida de buena calidad y variada. Ya nos pegaríamos nosotros mismos otros homenajes por libre en las cenas, sobretodo en Tokyo, de las que ya hablaré en algún momento. En estos casos lo único que se pagaba eran las bebidas, y ese primer día mediante una columna en común pagamos una botella de sake para probar por primera vez en el país un chupito del licor de arroz.


La auténtica Padme Amidala

Pero fue después de la comida y los postres la primera vez que moriría de amor ante la sorpresa que nos habían preparado. Sobre un pequeño estrado improvisado, apareció una chica japonesa luciendo las vestimentas, maquillaje y pertrechos tradicionales de las geishas, aunque por lo que nos explicó después era más bien una Maiko, es decir, una aprendiz de Geisha, por iniciativa y voluntad propia como una forma de perpetuación de las tradiciones ancestrales japonesas.

Tras la actuación de baile, guitarrita y servicio del té, a modo de entrevista con traducción simultanea en japonés, era posible hacerle todo tipo de preguntas sobre su vida y experiencias como Maiko: cuanto tardaba en maquillarse, cuanto costaba su traje, cuantos años tenía que estar aprendiendo, si tenía novio (!?)... preguntas a las que seguía una ráfaga de cháchara en japonés entre risas de la chica que era traducida por nuestra intérprete.


Maikos para dummies

Tras dejarnos amablemente hacernos todas las fotos que quisiéramos con ella, nos despedimos y partimos de nuevo en nuestro autobús al que tendría que ser nuestro destino por aquella noche: Kyoto. allí aún haríamos una visita esa tarde, y nosotros mismos por nuestra cuenta saldríamos a explorar al anochecer para llegar hasta la parte de callejones más antigua de la ciudad... hablaré de ello en la próxima entrada, la primera de la serie dedicada a Kyoto.


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