El país de los Cátaros: Fortalezas de antaño

Es sorprendente como pasa el tiempo, y cuanto más viejo se hace uno más rápido parece que más rápido pasen los días. Y ya eso sin entrar a considerar lo inaudito en lo desgraciado que se ha presentado este aciago año 2020... ciertamente el tiempo es relativo, y cuanto peor lo pasas más lento se vuelve... ¡ah! ¡aquellos días de atroz confinamiento en los que los días se convirtieron en una sucesión de hojas de calendario cada una igual a la anterior!

Así con todo, me pongo de nuevo delante de este mi abandonado blog y es en este momento en el que me doy cuenta que no os hablo a través de este, mi canal particular, ¡desde nada más y nada menos que enero del pasado año! Es verdad pues que el tiempo es relativo, largo en las rutinas impuestas, pero corto observado a un grado mayor de magnitud... más de un año entero sin darme cuenta de escribir.

Será porque muchas cosas, buenas y malas, han pasado desde entonces, en lo personal, en lo laboral, en la vida que te lleva de aquí allá... pero por lo menos con el afortunado resultado de que gran parte de esos cambios han sido para mejor sin duda, y para hacer sentir a este pobre gatillo viajero de nuevo ilusión por muchas cosas en las que sin ser consciente, aquella alegría de ser y hacer se había perdido poco a poco y sin darse siquiera uno mismo cuenta... arrastrado de nuevo por la relatividad del tiempo sin duda.

Pero no vayamos a ponernos tristes pese a lo que este año lleva trayéndonos desde prácticamente el principio, y que parece que aún nos tiene reservadas bonitas escenas de "nueva (a)normalidad" para ratos. Pese a llamar a este 2020 en mi pensamiento el que daría por catalogar como el año perdido, aún alguna cosa se ha podido hacer. Como mediterráneo no debo ser el único que estaba deseando desquitarse sobretodo de ese eterno encierro vivido en primavera, durante el que tantas cosas raras, impensables y nuevas debimos aprender a hacer, por lo que ya a las alturas del verano estaba deseando dar rienda suelta al afán de huir y buscar nuevos paisajes por muy cerca que estos estuvieran.

Espero que todos los que me leéis estéis bien y por lo menos, como yo he intentado, hayáis podido disfrutar de unos días de evasión de la realidad (nunca mejor dicho dadas las circunstancias) y descanso placentero allá donde os hayan dejado estar. Para entrar un poco en materia y aquello de recuperar las sensaciones de la escritura gatística, os rememoraré mi última escapada corta durante este pasado mes de Julio, en el que ya por poco volvíamos a temer ser carne de confinamiento cuando no hacía apenas ni dos meses volvíamos a ser (limitadamente) libres.

¡Quiero salir! Set the cat free

Ciertamente, he comprobado en mis carnes reclusas que uno de los peores tormentos que pueden aplicarse a alguien tan acostumbrado a ir de aquí para allá (¡y por trabajo!¡he recuperado parte de mi actividad viajera!) es este confinamiento tan bestia que solo me permitía disfrutar de las vistas desde mi balcón y paseos del sofá al salón y viceversa. Pensándolo bien, no sé como no se me ocurrió entonces plasmar más de mis aventurillas viajeras durante esos días, pero era tal la dosis de surrealismo (que por desgracia nos parece ya casi hasta normal) que con el shock y digestión de determinados aspectos comentados de mi nueva vida ni se me pasó por la cabeza. Así, en pleno cautiverio, hemos hecho una mudanza para que Gatta se pudiera instalar en mi cesto, hemos descubierto lo que es la vida en connivencia gatuna (aguantarnos ya tiene mérito...), me he hecho aún más viejo si cabe (aunque posiblemente no más sabio), he aprendido a trabajar desde casa, y aprendido un nuevo oficio como aquel que dice gracias al apoyo de mis nuevos compañeros y... debe ser que tengo el don de la oportunidad, ya que solo a mi se me ocurre, durante febrero cuando ya sonaban acercándose desde oriente los tambores de las hordas covidianas, comprar un nuevo coche, por lo que también me pasé el encierro pensando si mi nuevo Gattomóvil acaso hubiera sido reconvertido en respirador... "esto solo es una gripe que si acaso tendrá prácticamente nula afectación en España...". Grande Don Simón.

En todo caso llegó la primavera, llegó el calor, y como era de esperar las terracitas abrieron y corrió el alcohol. Dios nos libre de aquel Apocalipsis que no nos permita tomar unas cañas. Así pues, y advenimiento de la (a)normalidad mediante y con coche nuevo al que hacerle kilómetros, nos dispusimos a hacer una amago de escapada rápida a la France (Jolie, como si de Angelina se tratase que diría Gatta) que hasta el día antes no supimos si nos veríamos obligados a cancelar.

El bloqueo de las Galias

Efectivamente amiguitos, corría el final del pasado mes de Julio cuando el malvado dios Covidio demandaba nuevos sacrificios en forma de recomendaciones en restricción de movilidad que amenazaban nuestra pequeña excursión. Si bien los indómitos galos habían recibido ya de su líder tribal la consigna de no atravesar la marca de la provincia ibérica allende los Pirineos, fueron muchos y bien sabidos los que aprovecharon "l'avinentesa" para provisionarse de cartones de Ducados y cubatas de ginebra en el puesto de mercadeo de la Junquera.

A nosotros, cuyo itinerario era el inverso a esas hustes invasoras, nos preocupaba la sobrereacción de los cuestores del consulado de Quinto Ra (de ascendencia egipcia por lo menos) , pues temíamos pudiera desplegar sus legiones en los pasos fronterizos con orden de mandar girar grupas a aquellos carromatos que quisieran desplazarse con una voluntad meramente festiva, pese a que ello supusiera la pérdida de emolumentos invertida en los aposentos reservados para tan magna ocasión (una triste noche... a más ni nos atrevíamos a riesgo de no poder volver, vaya usted a saber...) 

Por fortuna, las limitaciones a los desplazamientos en los tiempos del cólera en los que aún vivimos, quedaron en una recomendación, aún vigente, por lo que con cuidado y convenientemente pertrechados como chernobylianos de pro nos dispusimos a internarnos en las Galias, aún con miedo de ser reprendidos pese a nuestro cándido y comedido paseo.

Fue así como una soleada mañana de sábado de finales del pasado Julio abandonamos el Reino de Mascarillo para pasar una única noche al otro lado de la frontera en otro país, que no nos engañemos, estaba y está más o menos igual de mal que nosotros aunque nos sintiéramos catalogados (que no tratados) como apestados: era la risa máxima hablar con alguien allí y a la pregunta de que de dónde veníamos ver cambiar sus caras con la respuesta... ¡totalmente verídico!

Alrededores de Cucugnan

Pasada la frontera, en una bastante estrecha franja localizada aproximadamente entre Narbona y Carcassone (y un poco más allá... ya de camino hacia Toulosse), se encuentran muchas de las antiguas fortalezas de los cátaros que quedan más o menos en pie según el grado de derroición que hayan sufrido con el devenir de los años.

Teníamos planteada nuestra primera incursión en los alrededores del pueblo de Cucugnan, puesto intermedio desde el que quedan a igual distancia dos de los castillos de los cátaros más reconocidos: Queribús y Peyrepertrusse. Queribús, alzado sobre un promontorio rocoso de más de 700 metros, fue el primero de los castillos que visitamos, relevante por ser el último bastión de resistencia de los herejes cátaros y tras la caída del cual se dio por terminada la existencia de su iglesia, aunque no significase que con ello acabaran los juicios inquisitoriales. De su conservación lo que más destaca es la torre, a la que se puede subir y desde la que se aprecia una extensa vista del valle que llega hasta los Pirineos.

Castillo de Queribús

A 7 quilómetros en línea recta (de hecho desde Queribús se puede apreciar su silueta) se encuentra el segundo castillo relevante en esta zona, Peyrepertrusse, que destaca particularmente por sus impresionantes murallas de más de dos kilómetros de longitud, ya que el interior en si corresponde más al de un espacio abierto en el que podía encontrarse una villa medieval que no a una fortaleza con sus dependencias propiamente dicha.

Visto el esfuerzo en la subida a la anterior visita, y por ahorrar en la entrada que al fin y al cabo nos iba a permitir ver solo paredes de piedra pelada como habíamos visto ya en el caso de Queribús, nos inclinamos más en contemplar las vistas de las murallas desde el mirador bajo el castillo con su vista general sobre los riscos, que no en volver a machacarnos en otra subida hasta la cima del risco. Una vez visto y ya hambrientos, nos dispusimos a volver a Cucugnan, el pueblo rodeado por los dos castillos, en donde encontramos un restaurante con terraza en el que comimos bastante bien.

Castillo de Peyrepertrusse

Cosa que no he comentado, en Francia, por el momento al menos, no es obligatoria la mascarilla al aire libre y bajo cualquier circunstancia. Nosotros más habituados continuábamos usándola si con el volumen de gente en algunos lugares nos parecía justificable su empleo, pero en general su uso está obligado solo para los espacios cerrados: tiendas, restaurantes, algunas visitas... por lo que era por lo menos más agradable poder prescindir de tan lamentable adminiculo cuando las circunstancias eran propicias. Como anécdota curiosa que demuestra lo pequeño en ocasiones que es el mundo, en ese restaurante de ese pueblo perdido de Francia me encontré con una compañera de instituto que podía hacer tranquilamente veinte años o más que no había visto.

Arques

Tras visitar una de las tiendas locales en donde se ofrecía una cata de productos regionales, como es el caso del vino de Corbières, proseguimos nuestro camino hacia el oeste, en dirección a Mirepoix, una pequeña localidad que sería nuestro campamento por esa noche, pero aún quedaba bastante para ello. Antes, aún pronto por la tarde, nos dirigimos hacia nuestra primera visita de sobremesa, que iba a ser el más que accesible aunque vistoso castillo de Arques.

Más un torreón que un castillo, sorprende su altura en forma de torre de planta cuadrada de la que a su vez sobresalen de sus 4 vértices torreones gemelos que igualan la altura del edificio principal. A diferencia de los demás, el acceso es muy cómodo y no implica más de unos minutos de paseo en llano hasta llegar a las puertas del recinto, al contrario que los anteriores que conllevaban un mayor o menor trecho de subida, siendo el extremo de este caso el letal castillo de Montsegur del que luego hablaré.

Castillo de Arques

El de Arques debe ser además uno de los ejemplos de castillos medievales mejor conservados y sin duda un ejemplo de arquitectura que mezcla admirablemente la utilidad militar con el lujo palaciego. Su alzado de 24 metros se divide en 4 plantas perfectamente conservadas y visitables trepando por su escalera de caracol. Pese a que las estancas están poco menos que vacías, se puede uno imaginar fácilmente la vida de sus antiguos moradores arrimados a las ascuas de la chimenea durante las noches duras de invierno ancestral a las faldas de los Pirineos.

Como curiosidad para los proclives al asquete ratonil, comentar que eviten los restos del edificio anexo a la torre del homenaje, a los que se puede acceder desde el patio interior del mismo recinto. En sus ruinas moran pequeñas criaturas de la noche invisbles hasta que el visitante se siente rodeado por su sinfonía... mira al techo... y se encuentra un imposible cúmulo de tumultuosas criaturas en agitación constante... pequeños murciélagos que viven en negra colonia colgados del techo (y que dejan el suelo hecho un asco).

Quemado en Montsegur

Tras una más corta visita a la torre de Arques gracias al más amigable recorrido hasta sus puertas, nos encaminados hacia Montsegur, el arquetipo de castillo cátaro y epicentro del movimiento herético. Mucho debieron cabrear los cátaros al papa Inocencio III para que este promulgara contra ellos una cruzada a mediados del siglo XIII. Fue así como durante los primeros días de mayo de 1243 el castillo de Montsegur fue tomado tras un largo asedio de meses de duración, y bastantes... muchos... de sus defensores quemados por cátaros en este apartado paraje.

Castillo de Montsegur

Aviso para navegantes: coronar la cima del monte Pog a 1207 metros, sobre la que se alza el castillo de Montsegur (o lo que queda de él mejor dicho), implica un ejercicio de flagelación extrema consistente en andar aproximadamente una hora por caminos boscosos no habilitados salvando un desnivel de varios centenares de metros que se acentúa cada vez más conforme se acerca el visitante a la meta. Con el calor de Julio atestiguo que casi morí en el intento... ¿y total para qué? Cuando apenas me debían faltar 200 metros para llegar a la meta reparé en que había olvidado la inmarcesible mascarilla (que si es obligatoria para entrar por lo menos en el cubículo donde se venden las entradas) en mi flamante y nuevo coche. Además Gatta desistió mucho antes a la tortura, con lo cual me sentí culpable de dejarla a merced de los autóctonos.

Y yo, al borde del ataque cardíaco al que habría sucumbido de no haber dado media vuelta, completamente bañado en sudor, puse aire acondicionado en marcha a todo lo que daba de vuelta en coche y para dirigirnos ahora ya si a nuestro destino final por ese día: el Hotel Les Minotiers en Mirepoix, que resultó ser tanto por coste noche como por ubicación, recinto y comodidad una muy grata sorpresa para finalizar ese largo día.

Noche en Mirepoix

Tras tomar un refrigerio subido a nuestra habitación tras hacer el check-in y refrescarnos adecuadamente, nos dispusimos a explorar los alrededores. La verdad queríamos ir a cenar a un restaurante que se veía muy agradable con su terraza al aire libre, pero que resultó estar cerrado. A punto estuvimos de meternos en un hotel con pinta de cena delicatessen, pero no parecía que pese a las buenas críticas tuviera mucho público, por lo que acabamos en otro de los restaurantes en una calle lateral a la gran plaza del porche, en el que se ofrecían platos de la gastronomía regional en forma de menú a precio razonable. Si bien no resultó una cena antológica, tampoco se podría calificar de desdeñable.

Mirepoix resultó ser tan tranquilo que a parte de la plaza central con el característico porche de madera típico de algunos pueblos franceses de esta región poco más había que hacer salvo acaso tomar una copa en alguno de los numerosos bares que circundan la plaza, pero lo cierto es que el cansancio era ya tal que ni ánimo tuvimos para ello, por lo que nos volvimos a nuestra habitación ya hasta el día siguiente.

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