Recuerdo de Constantinopla: Hay que comer pescao porque tiene mucho Bósforo

Miu miu miu! Gatto anda loco perdido y los últimos meses de su vida parecen un videojuego. No es que lo diga yo, hay curiosas teorías sobre la naturaleza de la realidad que así lo aseguran, y es que hay veces que el surrealismo no conoce límites. Como decía el doctor de Memory Call en Desafío Total, los muros de la realidad se desmoronan… pero como diría Gatto… nopasana.

Es momento en pleno estío de recuperar una vez más algo que en principio me relaja (aunque también da mucho trabajo y no sé cuántos de vosotros ahí detrás de vuestras pantallas llegáis a leer estas líneas), y hablar de uno de mis últimos viajes. El último requerirá de una ocasión especial, y especial concentración, nunca mejor dicho, y dedicación, pero os adelantaré que posiblemente haya sido uno de los mejores viajes de mi vida, con una planificación y ejecución perfecta (y no porque lo preparase yo, sino porque todo salió perfectamente).

En todo caso del que voy a empezaros a hablar hoy como ya habréis deducido por el título, es de lo que fue unas pequeñas vacaciones en familia durante parte de la última Semana Santa, en marzo, a Estambul, en Turquía, país en el que no había estado y que me sorprendió bastante gratamente. Empecemos.


Abra su mente...

Ya que he mencionado Desafío Total, debería continuar citando a Quato y su "abra su mente". Debo confesar que para estas improvisadas vacaciones, Estambul no era ni de lejos ni mi destino preferido, ni mi primera elección, pues de hecho más bien se barajaban opciones como Escocia (donde por cierto tampoco nunca he estado), pero el supuesto mal tiempo de Marzo nos hizo desistir para inclinarnos por las más templadas (!?) costas del Bósforo.

Los tejados de la ciudad de los gatetes

Debo admitir que sobre la elección del destino tenía mis prejuicios, pues ya se sabe que cuando ha aparecido Turquía en las noticias últimamente no ha sido precisamente por motivos de celebración. Ello unido a que no soy un gran fan del durum, doner y similar (en todo caso solo carne, amigo) y que las culturas proclives al regateo y comercio de mercachifles me agotan, no las tenía todas conmigo, aparte del ya mencionado (y debo admitir después de la visita que magnificado) problema de seguridad.

No obstante como iba a ser un viaje corto, relajado y con niños, por lo que tendríamos que controlar nuestro ritmo, me acabó pareciendo bastante adecuado, y en general, ¡barato barato!


Vuelos y llegada

A la hora prevista embarcamos en un vuelo de Turkish Airlines que nos llevaría a Estambul para llegar ya bastante tarde, sobre las diez de la noche. Cabe destacar que es importante fijarse en que en Estambul hay 2 aeropuertos internacionales, uno junto a la ciudad (el Ataturk) y otro algo más lejos, en la parte asiática de Turquía ya, a unos 40km de Estambul, el Sabina Gokçen. El no reparar en ello puede llevar a mi equívoco, coger el vuelo de vuelta en el Sabina y tener que volver solo... pequeños microgatismos no dramáticos en todo caso, pues en realidad pese a la distancia el taxi no cuesta más de unos 30-40€ por suerte.

Para llegar a nuestro hotel, el transporte más rápido y cómodo fue de nuevo el taxi, pues en cosa de unos 15-20 minutos estábamos en plena zona de interés de Estambul, en el hotel que habíamos reservado, el Beyaz Saray, en el barrio del mismo nombre, a una distancia de paseo de Santa Sofía y el Bósforo.

Del hotel se puede decir que es pasable para unas vacaciones cortas, que necesita una renovación y limpiado de cara, y que el desayuno era atroz... por lo demás bien en cuanto a ubicación y soporte del personal... al menos con según quien tratases.

El día dió para cenar algo en un local de la calle y poco más, ver la mezquita de enfrente de nuestro hotel a la que teníamos vistas desde nuestra habitación, la mezquita de Beyazit, zona alrededor del Gran Bazar que empezaríamos visitando a la mañana siguiente.


Mezquita de Beyazit y alrededores

La primera visita a realizar en este primer día en el que haría un tiempo bastante mierder (como en gran parte del viaje en realidad en el que no recuerdo haber visto el sol) estaba nada más cruzando la calle, en la gran plaza frente a la Mezquita de Beyazit, rodeada por calles llenas de tenderetes junto a lo que es el Gran Bazar. El Gran Bazar es un mercado cubierto un tanto tétrico y claustrofóbico en el que puede comprarse de todo y sobre el que ya hablaré en más detalle, pero en cuanto a mercados, para mi es uno de los de menor interés comparado con otros como el de las especias.

Mezquita de Beyazit

Una constante en Estambul es la presencia de hordas de gatetes en todas las plazas y por las calles en general. Es una cosa que me resultó graciosa pues además los felinos se ven normalmente bien cuidados, alimentados y próximos a la gente, que les habla y juega con ellos, por lo que no era raro ver cacharritos con agua y comida para estas mascotas callejeras compartidas.

Mercados infitinos

En la misma plaza de Beyazit, se puede ver la entrada a la Universidad Técnica de Estambul, puerta más allá de la cual no se puede acceder y por la que imagino se dará acceso a las facultades de carreras relacionadas con la ingeniería.

Universidad técnica de Estambul

La mezquita en si no es gran cosa, un pequeño edificio con los típicos minaretes y cúpula, bastante deteriorado por lo que estaba sometido a obras en ese momento, y en todo caso sin gran interés comparado con otras mezquitas que veríamos este mismo día y en días sucesivos, para las que escribiré posts más dedicados acabando así este para que sirva a modo de introducción de esta nueva gattoaventura que comparto con vosotros.

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