Recuerdo de Constantinopla: Mezquita Azul, Palacio de Topkapi y Cisterna

Segundo día y el tiempo no mejora mucho que digamos. El cielo plomizo augura otro día sin ver el sol, y aún bastante fresco. Después de tomar nuestro pírrico y atroz desayuno diario, aprendemos como funciona el sistema de tranvías: se debe comprar una tarjeta en diversos establecimientos donde puede adquirirse, y cargar esta con el número de viajes que se desee, pudiendo entonces todas las personas usar una misma tarjeta de la que se van descontando estos viajes... por lo menos niños gratis. Cogemos así nuestro primer tranvía para llegar hasta a la realidad cercana explanada en donde pueden contemplarse dos de las más famosas iglesias/mezquitas de la antigua Constantinopla: la Mezquita Azul y Santa Sofía. Ese día resultó que Santa Sofía estaba cerrada, pues en verdad íbamos a dedicar la mañana en parte también al más famoso monumento de la ciudad, por lo que decidimos dejarla para otro día y acudir hasta el cercano Palacio de Topkapi.


La Mezquita Azul

Bajo este nombre que se antojaría de lupanar si no fuera porque se refiere a un edificio religioso, se conoce a una de las más grandes mezquitas de Estambul, erigida por el Sultán Ahmed. Se supone que toma su nombre de los magníficos azulejos que decoran su interior, que por desgracia no pudimos contemplar debido que por aquel entonces (e imagino que aún dura) el interior se encontraba sometido a obras de restauración, por lo que nos tuvimos que conformar con la contemplación de su magnífico patio y exteriores.

La Mezquita Azul

En efecto, la de Sultán Ahmed es la única mezquita con seis alminares que puede contemplarse en Estambul, y está separada por un gran patio enfrentada a Santa Sofía, a la cual se llega en línea recta cruzando este espacio. Su construcción fue el resultado del deseo del Sultán Ahmed de apaciguar a Alá, del que creía resultado de su ira los negativos resultados de las últimas guerras contra los imperios rivales, pero a quien consiguió cabrear fue a los ulemas o clérigos islámicos, al dejar el tesoro temblando.

Su construcción a principios del siglo XVII no llevó más de unos pocos años, tras la compra de varios palacios que había en la zona y que fueron derribados para edificar esta mole sobre sus sótanos y cimientos, convirtiéndose así, hasta la fecha, en uno de los monumentos más impresionantes del mundo (o eso dicen los turcos, que van a decir claro...) en competencia con Hagia Sophia, el nombre que se da a Santa Sofía.

Vista desde Santa Sofía de la Mezquita Azul

Sobre lo exterior que es lo que pudimos ver, puede decirse que destaca su amplio patio de columnatas de mármol con una fachada de cúpulas y sobre-cúpulas que se amontonan hasta ser rematadas por la cúpula principal, recordando en verdad bastante al estilo de la mezquita de Suleimán que vimos el día anterior.

Como curiosidad sobre los minaretes, cabe destacar que la decisión del Sultán de levantar seis minaretes causó gran controversia, ya que este era el número de minaretes que tenía la principal mezquita de La Meca... imagino que como en el mundo cristiano donde ninguna cúpula puede sobrepasar el diámetro de la de San Pedro en el Vaticano, ninguna mezquita podría tener tantos minaretes como la máxima mezquita de La Meca, pero la solución fue muy obvia, simplemente el Sultán mandó construir un minarete más hasta un total de siete en La Meca, y lo pagó de su bolsillo.

Si no lo había comentado ya, desde estos minaretes es donde llaman mediante megafonía a la oración a horas en las que aún no han puesto las calles, por lo que provoca un sonoro "What the fuck" en el pobre turista que espera dormir y se encuentra desvelado por los cien mil wattios de potencia del ayatolah.


Primer vistazo a Santa Sofía

Al encontrar cerrado el templo después de caminar todo alrededor como idiotas buscando la entrada hasta que reparamos en este hecho, decidimos visitar el Palacio de Topkapi, otra de las atracciones cercanas, y dejar Santa Sofía para otro de los días que íbamos a pasar en Bizancio. Por ello dedicaré otra entrada más exclusivamente a Santa Sofía y seguiré el orden cronológico de nuestras peripecias.

Cruzando el parque que separa la Mezquita Azul de Santa Sofía, en el que se pueden encontrar algunos bancos en los que descansar y varias fuentes que dan encanto a la estampa, se llega así mismo en las inmediaciones de Santa Sofía al Palacio Topkapi, reconocible por la vorágine de visitantes, muchos de ellos parecidamente autóctonos.

Primera vista de Santa Sofía

Tras pelearnos con las máquina de los tickets para conseguir nuestras entradas y obtener en cambio un recibo con la palabra "ERROR", emprendimos una cruzada contra la pachorra de las cuidadores afuncionariadas y los belicosos guías turísticos turcos para conseguir hablar en la garita adecuada con quien pudiera darnos las entradas correctas (que aún así desatarían las iras otománas de la cuidadora de la entrada al ver que no eran entradas como la de los demás... pero mi no hablar turco, "hoyga").


El palacio de Topkapi

Superado el choque cultural, como comentaba, conseguimos acceder al Palacio de Topkapi, centro administrativo del Imperio Otomano durante varios siglos, del XV al XIX concretamente, siendo la residencia de los Sultanes. El palacio no es un edificio propiamente dicho, si no que se trata de un complejo de varias dependencias separadas por patios y jardines, en el extremo del Cuerno de Oro, por lo que ofrece unas estupendas vistas sobre el Bósforo y el Mar de Mármara.

El Palacio de Topkapi

Repartido en cuatro grandes patios, distintas dependencias se organizan alrededor de cada uno de ellos, destacando el Tesoro, Pabellón de las reliquias, el Harén y diversos pabellones para ser utilizados con funcionalidades muy concretas como la circuncisión (!?).

Azulejos variados

Desde el último de los patios pueden contemplarse las vistas de la otra orilla, destacando la Torre de Gálata, y la panorñamica general del Bósforo con el mar, por el que se ven subir y bajar los barcos que vienen y van del Mar Negro al Mediterráneo.

El Bósforo y más

Al final mi opinión personal es que tanta estancia y dependencia tan parecida se acaba haciendo pesada y aburrida. Los autóctonos estaban encantados en ver las joyas y espadas del tesoro del Sultán, pero a mi particularmente tanto azulejo y pedrería me acabó cansando un poco. Cuando acabamos saturados de tanta dependencia nos fuimos a comer algo, eso si, no nos marchamos sin dar un vistazo al Harén... probablemente el mejor lugar para estar siglos atrás.


La Cisterna

Igual debo ser yo o algo que quizás tengo debilidad por los restos romanos, pero la Cisterna sea quizás uno de los monumentos más impresionantes del mundo antiguo que haya visitado, y una de las cosas que posiblemente me haya gustado más del antiguo Bizancio, que no olvidemos fue capital del Imperio Romano de Oriente hasta su caída en 1453.

Cisterna Basílica

La Cisterna Basílica, que es así como se llama, no es el único almacén de agua subterráneo de Estambul pero si el más grande, y fue construído por Justiniano en el siglo VI para evitar la debilidad de la destrucción del acueducto de la ciudad durante un asedio y tener así reservas de agua.

Tras ser restaurada y vaciada de barro en los años 80, después de durante siglos haber suministrado agua a la población y otros edificios como el Palacio de Topkapi, la Cisterna fue acondicionada para el turismo mediante la instalación de pasarelas que prácticamente permiten caminar a los visitantes a ras de agua y pasearse entre sus impresionantes columnas en la penumbra.

Gorgonillas pétreas

De los cimientos de las columnas, destacan el par de bloques de piedra tallados con la forma de la cabeza de Medusa, colocada boca abajo o al revés para contrarrestar sus supuestos poderes de convertir en piedra a quien osa soportar su mirada. Los bloques de la Gorgona son ahora un reclamo más a encontrar entre las columnas, a la vera de quien los visitantes se hacen fotos despreocupadamente sin conocer en muchos casos la leyenda del personaje mitológico.


El Mercado de Especias

Ya avanzada la tarde, el tiempo empeora y parece que se hace inminente la caída de un buen chaparrón, por lo que debemos buscar un lugar cerrado para pasar lo que quede de tarde. Por suerte nos hayamos en las inmediaciones del mercado de las especias, en donde ya hemos estado un rato en el exterior comprando cacahuetes rebozados de semillas, castañas y alguna otra chuchería que nos han dado a probar.

Mercado de las especias

Cuando empieza a llover con alegría, entramos al interior del mercado en donde están los puestos auténticos que venden todo tipo de coloridas especias y otras chucherías como frutas desecadas, dulces, bombones y todo tipo de hierbas para infusiones. Ya aprovechamos para hacer algunas compras de exóticas especias que nos íbamos a llevar de vuelta, y algún que otro bombón para alegrar el desayuno tan pésimo que nos daban en el hotel con chocolate.

Especias de Kessel

Tras entretenernos largamente (para mi ya más de lo deseado, pues está bien un rato las especias pero ya me salían por las orejas) a causa de la lluvia, cuando vimos que dejaba volvimos a nuestro hotel para una última actividad nocturna que algunos (más bien algunas) miembros de nuestra expedición querían disfrutar y que es también ineludible: un baño en los baños turcos llamados hammam con magreo incluído (sin final feliz no vayamos a pensar mal...).

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