Nippon Arigatto: Kinnikuman en Kyoto

Entro de lleno en esta serie de posts sobre Kyoto, quizás la más tradicional ciudad del Japón, superviviente más o menos indemne de la Segunda Guerra Mundial, razón por la cual debe ser de las ciudades que conserva intactas la mayoría de ancestrales construcciones de madera, entre las que se cuentan famosos templos como la pago de madera, el templo de los miles de toriis rojos y la histórica zona de callejones de viviendas tradicionales de madera convertida en la más importante zona gastronómica, en donde aún es posible degustar platos en mesas bajas sentado en el suelo (aunque luego tengan que venirte a buscar con una grúa para poderte levantar).

La importancia de Kyoto radica en que fue una de las antiguas capitales del Japón, durante más de un milenio, a lo largo de las numerosas eras de su historia, incluso antes de su unificación. Por esta razón acogía la corte imperial además de muchas otras instituciones, además de un gran patrimonio artístico y arquitectónico, que es el que hoy en día atrae a un gran volumen de turismo tanto japonés como internacional. Fue esa misma la razón que la salvó de la destrucción de la Fuerza Aérea estadounidense durante la guerra, siendo de hecho la única gran ciudad japonesa que no fue nunca bombardeada.

Y aún, pese a este indulto, Kyoto figuraba como uno de los posibles objetivos de las bombas atómicas, lista de la que fue eliminado gracias al secretario Henry L. Stimson, que había conocido la ciudad japonesa durante su luna de miel y se propuso salvarla de la destrucción que en 1945 hizo desaparecer, por este orden, Hiroshima (6 de Agosto) y Nagasaki (9 de Agosto), habiendo sido Kokura el tercer objetivo, ya que de hecho fue el objetivo secundario de la primera bomba, y el primario de la segunda: se salvó en esta segunda ocasión debido a que la mañana del 9 de Agosto las nubes cubrían la ciudad, siendo designada para el ataque Nagasaki, objetivo secundario del segundo ataque.

No obstante Kyoto tiene también su lado moderno, representado en la Kyoto Tower (hotel por cierto en el que estuve alojado) y la enorme estación de tren frente a esta, a donde llega el Shinkansen, el famoso tren bala que días más tarde probaríamos para alcanzar nuestros próximos destinos.

Llegamos a los alrededores de Kyoto al atardecer de aquel segundo día después de nuestra llegada a través de Osaka al Japón, y vaya si habíamos aprovechado de momento el tiempo. Ese mismo día aún nos daría tiempo de visitar uno de los monumentos más conocidos de la tradicional antigua capital nipona, el santuario Fushimi Inari-taisha, conocido por los miles de toriis rojos, situado en la base de la montaña Inari, alrededor del cual había un pequeño mercado de puestos de comida japonesa, destacando uno que me hizo especial gracia y que da nombre a este post: el de Kinnikuman, Musculman, con respectivas represntaciones manga del antihéroe, y ofreciendo platos de sopa de fideos con carne como los que comía: "Sóc molt fort i el meu nom és Musculator... menjo molta carn perque m'agradaaaa mooooolt".


El santuario de los mil toriis

Y más de mil, en realidad se supone que este santuario sintoísta alberga más de 30.000 toriis rojizos, es decir, esas puertas o arcos japoneses que suelen adornar santuarios y templos, y que en el caso de este, configuran caminos de varios centros de metros de extensión enteramente cubiertos por estas puertas, por lo que la sensación es la de pasear a través de un túnel de estos arcos de madera que se extienden por diferentes senderos de la montaña.

Como tradicionalmente Inari, nombre del santuario y de la propia montaña, era vista como algo así como la patrona de los negocios (y originalmente diosa del arroz), cada uno de los toriis levantados en el santuario fue patrocinado por un hombre rico de negocios japonés, que donaba para la construcción de uno o varios de estos arcos. Los hombres ricos de negocios deben haber abundado siempre en el Japón, y de aquí los millares de arcos que con el devenir de los años se han plantado en sucesión.

El gran Torii rojo

En tiempos más modernos, son ya las propias compañías y grandes corporaciones las que han subvencionado algunos de estos arcos, por lo que no es difícil ver sobre su superficie los nombres de algunas que otras de ellas, configurando unos caminos con una longitud total de aproximadamente 4 kilómetros y varios metros de desnivel salvados por diversos tramos de escalones.

Camino de Toriis rojos

Como parte del complejo del santuario, existen otros pequeños templos en los que se ofrecen los omnipresentes barriles de sake, y en donde se ofrecen ofrendas en forma de monedas que parecen lanzarse a modo de juego para atraer la fortuna. Curioso ver por primera vez la purificación de los devotos en las fuentes, y los rezos entre el humo del incienso.

En el interior de Toriis rojos

Prácticamente cayendo ya la oscuridad de la noche, puesto que siendo ya noviembre sobre las siete de la tarde ya era totalmente oscuro, nos dirigimos ya al que iba a ser nuestro alojamiento para las próximas noches, el hotel de la Torre de Kyoto frente a la estación central de ferrocarril. Un, diría... retro-moderno edificio en forma de torre, al modo del de radio televisión española de Madrid, que por esas absurdas conexiones mentales que establezco a veces y dada la proximidad geográfica, me recordó más bien a las instalaciones del Instituto de Investigaciones Fotoatómicas de Mazinger Z.

Los caminos de Toriis rojos

Una vez convenientemente instalados, qué mejor que salir a explorar la noche de la ciudad, y dirigirnos hacia su parte antigua histórica, donde se encuentran los callejones tradicionales con gran oferta de restaurantes típicos: el distrito de callejones de Pontocho.


Pontocho

Ya establecidos en el que sería nuestro hogar para las siguientes tres noches, nos quedaban unas horas libres para explorar Kyoto de noche. Las posibilidades iban entre quedarse en los alrededores a descubrir los entresijos de la estación central de tren, justo enfrente, llena de locales comerciales y restaurantes en las plantas que iban desde su sótano hasta la terraza del último piso, visitar la propia Kyoto Tower con acceso desde el mismo hotel, o realizar un paseo de descubrimiento más largo hasta la zona histórica de Pontocho, en donde se encuentran los callejones gastronómicos con gran oferta en cuanto a restaurantes tradicionales. Dejando para los próximos días los otros lugares de interés más cercanos, nos dispusimos a realizar este paseo.

Para llegar a Pontocho desde la Kyoto Tower, emprendimos una caminata de algo más de media hora, el primer tramo de la cual no es que sea especialmente interesante, pues discurre por anchas avenidas residenciales sin ningún particular interés, que se convierten en avenidas comerciales cerca del río, y en último término en los callejones más estrechos que dan entrada al distrito de Pontocho.

La maldad... el poder...

Kyoto en general, y el Pontocho en particular, es uno de los pocos sitios del Japón en donde todavía se pueden encontrar Geishas por la calle, pero ni mucho menos cabe pensar que se exhiban, especialmente ante los turistas, si no que más bien hay que estar atento a atisbar alguna mujer con el tradicional calzado de madera y posiblemente delatador peinado, que sin duda irá cubierta de pies a cabeza con algún espeso abrigo para ocultar su colorido kimono. De esta forma es difícil poder asegurar si realmente alguna mujer avistada de esta guisa era una Geisha, pero nos cruzamos por lo menos con dos posibles casos.

Tras haber paseado un rato por las estrechas calles de construcciones de madera, pequeñas plazas y garitos de clubes de hombres y karaokes, nos decidimos por uno de los muchos restaurantes tradicionales en los que tomar la cena. Se distinguen por haber de esperar sentados en un banco de la entrada, en donde se tienen que dejar los zapatos, para ser acompañado descalzos, en nuestro caso a un segundo piso, en el que sentarse en el suelo ante una mesa baja en donde tomar la cena.

Las calles de Gion - Pontocho

Sin duda los japoneses sabrán como sentarse adecuadamente para no moler sus huesos, pero como experiencia hay que probarla. Evidentemente, toda la carta era en japonés y el servicio no es que hablara particularmente por lo menos inglés para entendernos mínimamente, pero más o menos conseguimos pedir platos apetecibles y dimos buena cuenta de ellos. Lo malo fue la hora de levantarse, quitarse las arrugas y conseguir ponernos en pie después de habernos convertido en moñecos.

Tras esta cena nos esperaba el paseo de vuelta hasta nuestro hotel. El día siguiente iba a ser un día largo e intenso en Kyoto, en donde íbamos a visitar el Castillo de Nijo, el Templo de Kinkakuji, llamado también el Pabellón de Oro por sus láminas de oro que lo recubren y Patrimonio de la Humanidad, y el Santuario de Heian con sus bellos jardines. Nos quedaría la tarde libre además para realizar alguna que otra visita por nuestra cuenta, historia que os explicaré en la próxima entrada de esta serie dedicada a Kyoto, la antigua capital imperial.

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